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SERÁ UNA ESTRELLA
Aldemar Correa nació para triunfar. Es el protagonista de la película de Simón Brand, Paraíso Travel, basada en la novela del escritor Jorge Franco. John Leguízamo, compañero de set, destaca EL talento de Correa. Casi desconocido hoy, mañana será el gael garcía colombiano...
Por Óscar Castaño Llorente
Por Óscar Castaño Llorente
La educación y la sociedad son los castradores del hombre”, dice Aldemar, que hasta los cinco años creció con los abuelos en Ituango, norte de Antioquia, en una casa campesina de puertas abiertas que hacia afuera muestra con impecable holgura las pulcritudes del interior, los muebles, las personas, el aire perfumado de naturaleza, la libertad de la vida circulando sin misterios y el discurrir parsimonioso del tiempo. De esos primeros sorbos de niñez, él adoptó un comportamiento ajeno a tabúes, silvestre, en el que da igual estar desnudo o cubierto con bufanda y pasamontañas. “Soy impúdico. Nada más evidente que la naturaleza”.
De aquella finca recuerda en especial una noche, perdido en el campo. Tenía cinco años y las nubes eran una danza que escondía y develaba la luna ante los ojos de mapache del pequeño Aldemar. Llegó a casa bien tarde, quizá en la madrugada, y tras un regaño, un abrazo y unas lágrimas, se fue a la cama pero se demoró en dormirse. La experiencia lo cambió. Lo volvió otro. Y poco o nada lo sorprende ahora.
Aún a los veintiséis años sale a caminar en la noche. Se pone sus zapatillas de tenis, unos jeans y una chaqueta y se encamina a espiar almas, como un gato robándole miradas a la gente. “Me encanta la Carrera Séptima. En ella se puede gritar, llorar y bailar y nadie se inmuta”, dice Aldemar, que desprecia las discriminaciones y los rótulos.
Cuando no sale a caminar se queda mirando la misma sensual y congestionada arteria por el ventanal de la sala de su apartamento situado en la Calle 65. La mira durante horas como si apreciara un lienzo impresionista que convierte las tonalidades frías de manchas distantes y ambulatorias en transeúntes animados por sus propios afanes, y al conjunto de movimientos y situaciones captadas en tiempo real, en el rostro de un país. “A Marlon le ocurre algo semejante cuando cree posible encontrar a Reina, co-protagonista de Paraíso travel” entre las olas de la gente que viene y va en la Quinta Avenida de Nueva York.
“En últimas, Marlon y yo no somos tan diferentes”, revela el actor. Para probarlo parte de su propio ejemplo y enseña cómo ambos son producto de una misma historia. Hijo de una familia de firmes principios, Aldemar era un estudiante promedio del Colegio Bolivariano de Medellín. Se destacaba en fútbol, y más adelante en natación. Las únicas breves excursiones en la actuación fueron los desfiles de los actos cívicos y en un Día Cultural en que “con mi hermano hicimos el oso declamando una poesía a dos voces”.
En el bachillerato era peleador, líder y amiguero y uno de tantos paisas de la generación de los años ochenta y noventa que exhiben en su cuerpo los estragos de la calle: en la parte derecha de su vientre hay una cicatriz larga cuya herida debió de ser honda. Más abajo, sobre la cadera, se encuentra otra herida menos espectacular que mide cinco centímetros. La piel del rostro en cambio es lisa y yerta y sonríe de lado haciendo que su cara parezca una luna en cuarto creciente.
Entonces Aldemar terminó el colegio y gracias a un trabajo de “patinador” de estrados judiciales se vislumbraba como un formidable abogado porque a los seis meses ya redactaba demandas, interponía recursos y era amigo de los secretarios de despachos. “Lo de las demandas fue fácil: sólo era copiar minutas”. Al poco tiempo se aburrió, le pareció que la abogacía es ardua y circular, plana y repetitiva. Inició ingeniería ambiental pero a los pocos semestres conoció a un grupo de actuación “y le dije a mi mamá que mi decisión era ser actor profesional, que iba a suspender la carrera”.
En las páginas de Jorge Franco, Marlon lleva una vida menos agitada, y algún imprevisto para el futuro será el del eterno empleado haciendo esfuerzos para vivir con lo estrictamente necesario. La mañana en que Reina se apareció por la vecindad cargando varios paquetes que los tres amigos de Marlon no dudaron en llevar, es el instante crucial de ambos. Ella, libre de bolsas, antes de doblar la esquina decide volver su mirada hacia él para buscar sus ojos. Es la cronología sincrónica del destino interrumpiendo el futuro del frágil protagonista hasta entonces ajeno a las afugias de la migración. Por instinto, por amor y por capricho, a Aldemar y a Marlon un guiño del destino los llevó a Nueva York
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